Ofrecimiento de los Dolores 2013

 OFRECIMIENTO DE LOS DOLORES 2013  

A CARGO DE:  

Dª. MERCEDES CANTALAPIEDRA

Primer Teniente de Alcalde y Concejala de Cultura, Comercio y Turismo del Ayuntamiento de Valladolid

 

La Cofradía Penitencial de la Santa Vera Cruz ha querido que sea yo quien hoy traiga ante ti la enjundiosa ofrenda de las tribulaciones que acucian a mis paisanos, para que, dispuestas sobre tu regazo y envueltas en tu manto, lleguen de tu mano al Padre.

 

La juventud no me impide ser mujer de tradiciones sino todo lo contrario. Fue mi madre quien me educó en la devoción de los “Siete dolores de la Virgen” y, quizás por eso, por el contenido que necesariamente han de tener mis palabras y por el matiz de mi ruego en este acto, me inclino a llamarte “Madre” y a hablarte de las “siete” amarguras que siento como más acuciantes y espinosas del momento.

 

Señora de los Dolores, con la venia. 

 

 

 OFRECIMIENTO DE LOS DOLORES 2013

 

A CARGO DE:

 

Dª. MERCEDES CANTALAPIEDRA

 

Primer Teniente de Alcalde y Concejala de Cultura, Comercio y Turismo del Ayuntamiento de Valladolid

 

 

 

 

La Cofradía Penitencial de la Santa Vera Cruz ha querido que sea yo quien hoy traiga ante ti la enjundiosa ofrenda de las tribulaciones que acucian a mis paisanos, para que, dispuestas sobre tu regazo y envueltas en tu manto, lleguen de tu mano al Padre.

 

La juventud no me impide ser mujer de tradiciones sino todo lo contrario. Fue mi madre quien me educó en la devoción de los “Siete dolores de la Virgen” y, quizás por eso, por el contenido que necesariamente han de tener mis palabras y por el matiz de mi ruego en este acto, me inclino a llamarte “Madre” y a hablarte de las “siete” amarguras que siento como más acuciantes y espinosas del momento.

 

Señora de los Dolores, con la venia.

 

Hace años, aprendí en los libros de Historia que la famosa “caída del Imperio Romano” se debió fundamentalmente a la desintegración moral de la sociedad que lo había liderado. Entonces no lo entendí tan bien como lo entiendo ahora. Por­que no es difícil encontrar ciertos paralelismos y similitudes entre aquella “caída” y nuestra actual crisis de valores. ¡Cuánto hablamos en nuestros días de la ausencia de valores, de la preponderancia del “todo vale”, de la ausencia de sentido del ridículo, de la bochornosa desaparición del pudor, de los efectos terribles del individualismo! ¡Cómo nos duele constatar que la percepción de lo que es bueno y de lo que es malo “hace aguas” y que la línea que separa el bien del mal parece desvaírse cada vez más! Esta situación, que vemos asomar peligrosamente cada vez con más frecuencia a nuestro alrededor, nos produce una profunda sensación de inseguridad y cierto vértigo. ¡Qué hemos hecho! ¿Dónde se inició el garrafal error que nos ha conducido a esta innegable realidad?.

 

Madre, necesitamos imperiosamente tu ayuda. Es urgente. Nuestra sociedad no puede continuar a la deriva en lo que res­pecta a los ideales de conducta y actitud que, aceptados por todos, deben estar en la base de todos los órdenes de nuestra convivencia.

 

Ayúdanos, Madre, a recordar que vivir en comunidad de forma saludable, plena, satisfactoria y constructiva precisa de la aceptación de unas reglas de convivencia fundamentales, basadas en la extrema tolerancia, la resolución pacífica de los con­flictos privados y colectivos, la inspiración cooperativa, altruista y prosocial de nuestras iniciativas, el control de las propias emociones y sentimientos en beneficio de nuestra relación con el otro, los otros y la colectividad, el respeto a la “buena educación”, entendida como idioma universal, “hablado” por todos para procurar el máximo entendimiento y la máxima comunicación entre las personas, sin perjuicio de su edad y condición.

 

La Juventud está desanimada, perdida, desorientada. Los padres nos llevamos las manos a la cabeza al constatar en nuestros hijos actitudes pasotas, carentes de curiosidad, iniciativa y emoción, como si estuviesen ya, como suele decirse, “de vuelta de todo” Quizás no debiera extrañarnos tanto: los niños y los jóvenes son como esponjas: todo lo absorben; el medio en el que viven les empapa hasta la médula lo quieran o no. Y mucho me temo que, desde el mundo adulto, estamos siendo un tanto irresponsables al transmitir a nuestros jóvenes una valoración derrotista de nuestro futuro inmediato que, si lo pensamos bien, también es el suyo.

 

Madre, en este dolor, también ruego tu auxilio. Hoy más que nunca, descúbrenos la forma de mostrarnos alegres y decidi­dos a superar con bien el difícil momento por el que atraviesa nuestra sociedad, a todos los niveles. Enséñanos a sembrar en nuestros hijos confianza y no hastío; esperanza y no resignación. Haz de nosotros instrumentos de buen ánimo, de bue­na disposición. Y que el mensaje que proclame nuestra vida sea un mensaje optimista, basado en la fe en nuestras propias posibilidades y en las posibilidades de nuestros jóvenes.

 

En nuestros días, la familia es una institución que está en boca de todos. Los extremos de opinión se hacen aquí muy evidentes. Mientras unos la denigran como estructura obsoleta, retrógrada, superada y prescindible; otros aclamamos y reclamamos su máxima actualidad y vigencia como respuesta a alguno de los males que ha traído la generalización de la cultura de la globalización. La familia ha sido, durante los últimos cinco milenios, la unidad básica de socialización en el mundo y, como tal, creo que sería necio negar la validez de su planteamiento. ¿La sociedad ha cambiado? Evidentemente. Malo sería que no lo hubiese hecho en todo este tiempo. ¿Cuántos cambios no habrá experimentado con el paso de los siglos?. Y, sin embargo, la familia siempre estuvo ahí. Adaptándose y dando respuesta a las sucesivas transformaciones y exigencias de la vida en comunidad, sin por ello renunciar a su esencia, a sus principios constitutivos: la jerarquía y la res­ponsabilidad parenteral, el afecto y el respeto filial y la defensa de un proyecto común que garantice los futuros individuales de sus miembros.

 

¡Madre! ¡Atiende nuestra súplica! ¿Adónde volveremos nuestros ojos para celebrar los buenos momentos y encontrar consuelo en aquellos menos buenos, si la familia desaparece, si los vínculos de sangre dejan de servir a nuestra individuali­zación en una sociedad global que todo lo engulle y lo uniformiza?. ¡Madre de las madres, no lo permitas!.

 

Enciende en nosotros el fervor por la familia; haznos comprender su grandeza y acompaña su imprescindible proceso de adaptación a los nuevos tiempos. No nos dejes caer en la tentación del “todo o nada”, que muchos nos presentan como única opción. “Familia, sí gracias”. Una familia integradora, diversa, acogedora y fuerte; por los siglos de los siglos…

 

BENDITA TÚ, ENTRE TODAS LAS MUJERES.

 

“Todas las mujeres”…Que somos muchas y llevamos una gran parte del peso de esta trepidante existencia contempo­ránea… Seamos justos: una gran parte del “peso” pero también de las satisfacciones, todo hay que decirlo. Porque Dios quiso que la mujer fuese todo sentimiento, en lo bueno y en lo malo; y que, si bien sufrimos muchísimo y nos echamos a la espalda lo que nos corresponde y lo que no, tenemos la incomparable dicha de poder ser madres; y, además, nuestras capa­cidades sensibles nos proporcionan un soporte de disfrute sin límite de todo aquello que la vida pone en nuestro camino. Sí, Madre, pero esto lo afirmo yo, esta tarde, siendo como soy una privilegiada, como seguramente la inmensa mayoría de las mujeres que me acompañan en este Ofrecimiento. Nosotras sí nos sentimos reconocidas y apoyadas en nuestra tarea, sí se respeta nuestro trabajo fuera o dentro de casa, sí se valora nuestra imprescindible contribución a la buena marcha de la sociedad, sí se comprenden como perfectamente naturales e incuestionables nuestra capacidad y nuestros derechos, en igualdad, con respecto al hombre. Pero nosotras no somos “todas las mujeres” y aún queda mucho por conseguir la generalización absoluta de una sociedad igualitaria.

 

Madre, tampoco en esto nos dejes de tu mano… Ahora es el momento de que las mujeres, mirándonos en ti, reafirmemos nuestra fe en nosotras mismas. El momento de que, sin grandes aspavientos ni histéricas alharacas reivindicativas, pasemos por la vida poniendo en valor la feminidad, con la fuerza de las obras, de los hechos: esto es, con efectividad, trabajo y amor. Intercede por nosotras, Madre. Envíanos tu fuerza para culminar con éxito esa lucha por conseguir que la mujer ocupe, en todos los sentidos, el lugar que le corresponde en ésta y en todas las sociedades.

 

La política es una actividad necesaria para el desenvolvimiento de la vida en cualquier sociedad democrática. Quizás no sea tan fácil de ver como ocurre en el caso de los panaderos, los ingenieros, los pilotos de avión, los pescadores de altura o los médicos; pero es así: los políticos somos necesarios, concretamente para la gestión del interés público, en las distintas instancias previstas -en nuestro caso- por el ordenamiento constitucional. Y si hay una tarea que debe ser desempeñada con escrúpulo, competencia y transparencia, en todo momento, esa es la tarea política. Por eso, la crisis tanto “rea!” como “de percepción”, por la que atraviesa la política española en estos momentos, es uno de los dolores para el que no puedo por menos que solicitar tu atención, Madre. Soy parte implicada y quizás por eso me preocupa especialmente.

 

Madre, llámanos a capítulo, azuza nuestras conciencias y espolea nuestro sentido de la responsabilidad, también a quienes trabajamos en política. Pide a Dios que siempre tengamos presente que “nuestro norte” son ../ ../.. “los demás”; pide para nosotros toda la fuerza, de forma que seamos capaces de desempeñar nuestro cometido con honradez, honestidad, gene­rosidad y entrega, siendo fieles, en todo momento, a nuestro compromiso de servicio. Líbranos de personalismos y haznos renegar de la acechante vanidad. Reza por nosotros, para que no cejemos en el esfuerzo hasta recuperar la credibilidad perdida: nuestra razón de ser se desmorona si los ciudadanos no creen en nosotros.

 

Nuestro sexto dolor, nos sitúa otra vez frente al problema de la intolerancia. El sectarismo, el integrismo y el fa­natismo se alimentan de analfabetismo cultural y cortedad de miras y eso es, precisamente, lo que los convierte en males es­pecialmente preocupantes y tristemente muy comunes y empobrecedores. Sabemos lo que se esconde tras estas realidades y, lamentablemente, los medios de comunicación nos recuerdan constantemente cuáles pueden llegar a ser sus consecuen­cias, en extremo sangrientas y horribles. La paz no es posible sin tolerancia; ni siquiera con altísimas dosis de filantropía y altruismo. La paz debe construirse sobre la base del respeto sincero hacia los demás, hacia sus ideas, sus creencias, sus ex­pectativas, sus sueños, su visión del mundo… No hay otra forma, lo demás serán siempre estrategias provisionales, cimen­tadas en la buena voluntad de quienes, en cada momento, ostenten el poder político, religioso, económico o social. La to­lerancia tiene que emanar de nuestros corazones por puro convencimiento, porque no concibamos la vida de otra manera. Madre, muéstranos cómo combatir esta tendencia nuestra a creernos el ombligo del mundo; fomenta en nosotros este tipo de educación y haznos instrumento de su difusión: en nuestra familia, en nuestro trabajo, en nuestro círculo de amigos… Necesitamos de tu ayuda para que Dios nos enseñe a ponernos siempre en el lugar del otro y a actuar desde esa otra pers­pectiva, sin cargarnos de razón. El diálogo y el entendimiento son el único lenguaje de futuro y con futuro; Madre, pero i nos cuesta tanto entenderlo! Somos tan mesiánicos en nuestro proceder…

 

Y he dejado, Madre, para el final, el que sin duda es, en estos días, NUESTRO MAYOR DOLOR: el dolor que ocasiona la falta de trabajo, el desempleo, la frustración de las personas jóvenes y adultas que no encuentran su lugar en la sociedad activa, el desánimo de quienes ven su vida ralentizarse y constreñirse a descorazonadoras leyes de mínimos. La intensidad de este dolor hace que cualquier palabra resulte vacía…

 

Madre, no permitas que el desánimo nos inmovilice; mantén nuestra esperanza en primera línea de combate. Ruégale al Padre que impida que tiremos la toalla. Recuérdale que una palabra Suya bastará para sanarnos.

 

He aquí los siete dolores que, en nombre de Valladolid y los vallisoletanos, he traído a tu presencia, Madre: la crisis de valores, el rumbo de la juventud, la familia, la igualdad entre mujeres y hombres, el descrédito político, la intolerancia y el trabajo.

 

Aquí los dejo, en tu regazo, sobre tu manto, para que, en tu infinita misericordia de mujer y madre, nos ayudes a hacerlos llegar al Padre, no sin antes haber inspirado nuestras propias plegarias.

 

Así sea.  

 

 

Podéis ver más fotografías de este acto en esta noticia